"Nunca intentes poner signo de interrogación a aquel enunciado al que tu corazón a puesto punto final".
Hoy en la tarde escuche esta frase en la radio y sinceramente me dejo pensando...
Me dejo pensando en todos esos momentos en los que crees que tu cerebro debe interferir en la respuesta del corazón, en esos momentos en los que las llamadas "corazonadas" taladran tu pecho diciéndote a donde debes dirigirte. A ese incesable palpitar que quiere alertarte, advertirte. A todos aquellos momentos, sentimientos y sensaciones que te guían a aquel camino que debes seguir, pero en los que también la experiencia, memoria y raciocinio quieren impedir.
Y sinceramente me hice una revoltura.
Me hice una revoltura porque siempre he creído que los impulsos deben moderarse con la mente, que cada sensación debe pasar el radar del pensamiento, explorando antes cada posible respuesta exterior ante el estimulo que has proyectado.
Sin embargo es cierto, hay veces que al moderar victoriosamente aquellos sentimientos, tu corazón permanece con una pesadez increíble. Rogándote que hagas lo que el te pide, diciéndote que nunca estará satisfecho hasta que realices eso que a gritos te pide.
Y entonces entendí.
Entendí que aquellos sentimientos que son moderados y dejan pesadez, en verdad son del corazón. Comprendí que al no poder desprenderte de aquella inquietud que expone tu corazón es por que en verdad debe ser expuesta.
También comprendí que si esa inquietud es más sensación que emoción entonces, fue correcto haberla moderado, fue lo mejor haberte abstraído de llevarla a cabo, o por el contrario, tu raciocinio te dijo que debías emprenderla.
Comprendí que lo que sientes se debe analizar, pero si tan solo se queda en una vibración que recorre tu cuerpo es fácil de canalizar, en cambio si aquella sensación va más allá perforando tu corazón y abrazando tu alma, entonces al reprimirla tu corazón sollozará.
Porque siempre el corazón es el que tiene la última palabra, pero las cuestiones del corazón no son la sensación.
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