martes, 19 de abril de 2011

Paseos dominicales en la Plaza Central

La mujer galante comenzaba el paseo dominical alrededor de la plaza principal. En aquellos tiempos era la única forma de hacerse notar. Con el porte orgulloso, la cara empolvada, las vestiduras más caras, emprendía el camino de la presunción, ese que siempre la satisfacía, le aumentaba el ego, la hacia más “digna”. Más “digna” de aparecer en las platicas durante la hora del té, más “digna” de ser mirada por aquellas personas, que al llegar a la plaza, la examinaban detenidamente. La mujer erguida y satisfecha, comenzaba, con la barbilla en alto y mirando por arriba de su respingada nariz, la caminata dominical. Los espectadores ansiosos, sedientos, la seguían de cerca boquiabiertos, anonadados, le abrían camino, la miraban y tomaban en cuenta todos los detalles de aquella dama. 




La mujer concluía la primera vuelta del recorrido con los ojos vigilantes de la gente a su alrededor y al comenzar la segunda vuelta las miradas cambiaban, era envidia ese brillo en sus ojos, era egoísmo por saber que los demás volteaban a ver a la dama y no al espectador y cada persona lo pensaba y odiaban a la dama por atraer su atención, odiaban a la dama por ejercer el poder de la atracción sobre ellos, odiaban a la dama porque creían era la responsable de su esclavitud a aquel sentimiento que los consumía: el coraje y la envidia. Al notar esto los ojos de la ostentosa dama se detenían fijamente en los espectadores, preguntándose que estarían pensando y su frente antes elevada caía un poco pensando que ahora retenía las miradas de su auditorio por otro motivo.





Así la tercera y ultima vuelta comenzó la mujer menos orgullosa que antes, emprendía la caminata a prisa con un compás más tambaleante que en las anteriores exposiciones, desesperada por mantener las miradas, desesperada por ser dignificada, mientras los espectadores uno a uno se volteaban con la indiferencia impregnada en sus caras y la urgencia a su vez de superar a aquella dama. La dama triste y ahora no tan dignificada concluía la caminata porque comprendía que aquella multitud ansiosa, sedienta, siempre lo estaría. Porque comprendía que el próximo domingo, con nuevo vestido, joyería y nuevo plumaje para decorar su cabeza, la historia se repetiría porque al fin y al cabo la historia siempre se repite en los paseos dominicales de la plaza central.

Paseos Dominicales en la Alameda Central - Diego Rivera

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